LENGUAS SERPENTEANTES: PSICOLOGÍA DEL CHISME


Antes de dar inicio a esta columna te invitaré a ser absolutamente sincero o sincera contigo, total este espacio es altamente personal y privado. Así que iniciemos, ¿quién no ha contado alguna vez un chisme?, o simplemente ¿quién no ha sido participe a través de la “escucha bastante activa” de comentarios o de la divulgación de historias o  acontecimientos de la vida de las demás personas?.
Y es que pese a que tengamos opiniones muy severas sobre este recurso de la comunicación tan dañino, todos de una u otra manera hemos sido colaboradores o responsables de la promoción de algún rumor, sea positivo o negativo. Bajo este esquema queda claro que el chisme, como narración de un hecho, se ha constituido en parte integral de nuestras vidas, de nuestra cultura y sociedad. Muy en el fondo, mantenemos  latente el virus de la curiosidad, disfrazado de una necesidad por conocer que le pasa al otro, pese a defender la convicción firme y certera de que no hay que meterse en la vida ajena. De este modo,  tal vez producto de la rutina o como resultado de la saturación del aburrimiento elegimos recrearnos comentando y divulgando aquello que hacen los otros, aunque no nos parezca impactante o importante.
Según algunos psicólogos apoyados en diversas investigaciones, el fenómeno de chismear estimula la producción de endorfinas y el sistema inmune, de tal manera que libera el estrés, esto ya que el rumor, cuando no se tiene la intención de perjudicar a nadie, vendrá a cumplir una función social terapéutica de alto nivel, permitiendo establecer lazos afectivos entre las personas. Pero, ¿cuándo esta situación tan común y aparentemente normal se convierte en una patología?, la respuesta a esta interrogante radica en  tres aspectos fundamentales que compartiré a continuación:
1.-LA CAUSA DEL CHISME: en este aspecto, la patología que sostiene al chismoso es el impulso sin freno de compartir  las historias a las que tiene acceso, bien sea porque las ha vivido directamente,  ha sido testigo de ellas o porque se las han contado. En este punto, también suele presentarse la necesidad por deformar la realidad, esto significa que el chismoso no solo divulga o comenta un evento que pudo o no haber ocurrido, sino que además añade una serie de hechos irreales que producen daño a los involucrados, este fenómeno se realiza con la tendencia casi compulsiva a probar los niveles de credibilidad del otro en su persona o de perjudicar a los involucrados en la lógica del rumor, calculando de manera consciente las formas para destruir la reputación o el estatus de alguien. Al mismo tiempo, el chismoso posee, en la mayoría de las oportunidades, una autoestima reducida, ligada a un pobre autoconcepto que justifica la necesidad mediante este mecanismo de  llamar la atención de los demás, provocando el interés a ser escuchados, sin importar que para ello sea necesario emitir conceptos falsos o llevar chismes de un lado a otro.
2.- LA FRECUENCIA CON LA QUE SE CHISMEA: en este caso, diseñar o compartir mensajes e historias de otros de manera constante es la clave para conocer que este modo de comunicación tendenciosa se ha convertido en una patología. Dicho de otro modo, cuando el chisme   se convierte en un hábito, en una forma de vida, cuando se utiliza como estrategia para introducirse en los grupos sociales o cuando el chismoso se encuentra sumergido de manera constante en un ambiente de controversia y/o conflicto con otras personas sabemos que estamos en presencia de alguien que no puede controlar la tendencia de esparcir rumores. En este punto, estamos claros que el que padece la condición requiere de ayuda psicológica para retomar un estilo de comunicación asertiva y altamente positiva.
3.-LA CONSECUENCIA DEL CHISME: el último aspecto que convierte este mecanismo de control social en una patología es la gratificación que consigue la persona que lo utiliza. Así veremos sujetos que tienen la oportunidad de darse a conocer, mostrarse en público o convertirse en alguien importante y de referencia a través de la constante divulgación de rumores. Este tipo de distorsión en la conducta se alimenta cuando se busca a la persona para preguntarle cosas relacionadas con los demás o sencillamente a través del otorgamiento de atención o escucha activa. De este modo, la persona que tiene como hábito el chismear, seguramente escogerá a otra persona o grupo de personas altamente receptivas a su propósito, esto con el fin de mantenerse siempre ser el centro del huracán de las controversias a pesar de no ser el o la protagonista de la situación o el hecho sobre el cual se rumorea.
Es claro que la sociedad está regida por relaciones de poder y que el chisme puede ser una herramienta para producir estereotipos, esto entendiendo al rumor como una  ”verdad” manipulada o una  deformación de los hechos, la cual es gerenciada con fines específicos acorde a estrategias de quien lo cuenta. Hoy en día, con los avances de la comunicación e información es poco probable que no queden secuelas en los dispositivos tecnológicos o en la memoria frágil de todos los  que prestamos atención al rumor; de este modo, enfrentar el fenómeno del chisme no se tratará de la aplicación de simples recetas mágicas, sino más bien del resultado del trabajo concienzudo y terapéutico para administrar nuestras comunicaciones impulsando siempre la asertividad. Así que, querido lector y estimada lectora, hay que apoderarnos de nuestras verdades y apagar los humos verbales que otros deseen esparcir, pese a que la causa sea o no el incendio. En palabras del psicólogo Eduardo Martí: “El chisme, para la chusma y la información, para la gente”.
COLUMNA CREADA PARA: WWW.NOTIFALCÓN.COM

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